martes, 22 de septiembre de 2009

Joyas: el lujo de la diferenciación


Codiciadas, envidiadas o adoradas las joyas desde sus primeras apariciones como ornamentos personales cumplieron funciones de diferenciación o protección de los individuos, de acuerdo a los valores y cosmovisiones de cada sociedad. Estas funciones se han mantenido en mayor o menor grado hasta hoy, siendo los materiales y la forma de elaboración los que finalmente variaron a lo largo del tiempo.

De esta manera, durante la Edad de Piedra los accesorios estaban hechos de huesos, dientes de animales, conchas y caracoles, y posteriormente de piedras preciosas, y eran usados como talismanes o como simples adornos para diferenciarse de sus semejantes.



En la Edad de Bronce el uso del metal amplió la extracción de metales preciosos y gemas, y también las técnicas de elaboración de las joyas logrando piezas únicas, que seguían mantenido su función mágica y de diferenciación. La posesión de metales y piedras preciosas, debido a su carácter escaso, trajo consigo valores simbólicos de status social, nobleza o riqueza de su poseedor, sentando las bases de la diferenciación de clases.



Durante la Edad Media las concepciones mágicas quedaron relegadas debido a los intentos de la Iglesia cristiana de eliminar y uniformizar las creencias religiosas de gran parte de la sociedad rural. En este contexto hubo un enfrentamiento de la función eclesiástica de las joyas con su uso mágico y sobrenatural, relacionado a la capacidad de curar enfermedades o de realizar hechizos. Sin embargo se mantuvo, y hasta se acentuó, su calidad diferenciadora, ya que las joyas representaban el poder y la autoridad, y eran un privilegio de la aristocracia siendo usadas exclusivamente por ricos comerciantes, caballeros nobles, religiosos y miembros de la familia real.



El Renacimiento, junto con los nuevos cánones estéticos, trajo consigo una revaloración de la belleza de los diseños de la vestimenta iniciando el desarrollo de la moda. Las joyas reclamaron una importancia más frívola al pasar a formar parte de los atuendos, ya que los trajes de terciopelo y de seda eran bordados junto con perlas y piedras preciosas. 



Al comienzo del siglo XVII se empezaron a poner en marcha nuevas técnicas para la talla de las piedras preciosas como el diamante, de modo que las joyas se separaron en dos categorías: joyas de diseño con diamantes y gemas de menor categoría que seguían los dictámenes de la moda del vestir y de la joyería. A partir de ese momento se desarrollaron las técnicas de producción industrial que permitieron fabricar cantidades de joyas con materiales inferiores y menor precio, imitaciones de las piedras preciosas más valoradas.

Esto sirvió de base para una aparente “democratización del lujo”, fenómeno que se hace notar con más fuerza hoy. Actualmente los avances tecnológicos, los nuevos métodos de talla de piedras preciosas y tratamientos de las gemas hicieron que el comercio de las joyas aumente espectacularmente y que la joyería esté socialmente más extendida, siendo admirada por un mayor número de personas.

Sin embargo esta industrialización también trajo consigo una banalización del lujo, que al estar en todas partes, al alcance de la vista, fue perdiendo su función mágica o simbólica a favor de las apariencias y la frivolidad del consumo.



Esto ha llevado a la ilusión de que personas de cualquier status social pueden tener acceso a las joyas más bellas partiendo de la premisa de Lipovestsky que el deseo de lujo “ha estado presente en todas las sociedades conocidas, incluso en las más pobres y las más antiguas" (G. Lipovestky-La democratización del lujo).



Pero este “lujo democrático” es ilusorio si tomamos en cuenta la joyería de marcas como Cartier, Bulgari, Dior. Junto con los materiales (oro, plata, diamantes) el diseño cobra un valor agregado al convertir las joyas en piezas únicas y aumentar su precio. De esta forma estos accesorios pueden ser adquiridas solo por sectores muy limitados de la población que refuerzan de alguna manera su status mediante su compra, confiriendo a estas joyas el poder de crear una identidad y proteger su grupo de nivel elevado.




Frente a este fenómeno a la gran parte de la población solo le queda aspirar al verdadero lujo mediante imitaciones de las grandes marcas o a través de un lujo al alcance de su bolsillo, comprando en talleres o joyerías menos reconocidas. Y esto no va a desaparecer mientras las sociedades estén divididas en ricos y pobres.

viernes, 11 de septiembre de 2009

El consumo de la felicidad: ¡Très chic!


En el seductor mundo de la publicidad no hay imposibles. Un día común puede terminar con un vuelo fantástico (¿una elevación espiritual mediante el consumo?) en donde la presencia femenina asciende como por capricho sujetada a enormes globos que hacen un guiño a juegos infantiles, a fondants multicolores y a días maravillosos. Un cinta de seda se despega inesperadamente y da forma a la marca. Como contraposición, el vuelo deja atrás lo material, un París de antaño en colores neutros como telón de fondo, para dirigirse perpetuamente hacia un mundo fabuloso en donde los colores fucsias y rosados le rinden tributo a la feminidad. Una feminidad espontánea y lúdica, suspendida en el tiempo, que vive en sí misma para siempre. El único equipaje necesario para este viaje fantástico es la fragancia sobredimensionada.

Las reminiscencias infantiles en este caso se convierten en elementos simbólicos que psicológicamente aportan seguridad, satisfacción y confort frente a una realidad cada vez más desbordante y desdibujada. De esta forma conquistan los sentidos, “prometiendo felicidad y evasión de los problemas” (ver Lipovestky-La felicidad paradójica) y apelando a emociones que hacen aflorar anhelos ocultos.

El consumo aparece de esta forma velado por deseos de placer, seducción sensorial y un despliegue de apariencias que prima ante la reflexión, y que libran de culpa el acto de comprar. “La voluntad se ejerce solamente en forma de deseo, clausurando otras dimensiones que abocan al reposo, como son la creación, la aceptación y la contemplación” (Baudrillard-Alteridad, seducción y simulacro).

Pero la satisfacción conseguida no es duradera, iniciando un nuevo ciclo de consumo, una eterna búsqueda de felicidad. Probablemente esta tendencia finalice con un retorno a lo simple, a lo esencial, a una mirada interior ante la realidad cada vez más abrumadora. Hasta entonces vamos a seguir buscando la felicidad en el exterior, rindiéndonos ante su rostro material.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

El espejo

El espejo ha sido el testigo silencioso, pero a la vez protagonista, de las concepciones sobre el mundo y sobre uno mismo, de la creación estética, artística y hasta fantástica de las sociedades que observaron asombradas durante mucho tiempo el reflejo de una realidad a veces menos evidente y superficial.

Este objeto apareció a la par con las civilizaciones egipcia, griega, etrusca y romana, las primeras en descubrir y manifestar un marcado interés por la belleza y la estética. Elaborado con metal bruñido, generalmente cobre, plata o bronce, el espejo tenía forma de placa redonda u oval, decorada con grabados o relieves mitológicos en el reverso.


Durante la Edad Media, este objeto cayó en el desuso hasta que en el siglo XIII se empezó a usar el vidrio y el cristal de roca sobre láminas metálicas. A pesar de esta innovación, no fue sino en el siglo XVI, con el comienzo del Renacimiento, cuando el espejo adquirió importancia, esta vez como objeto decorativo y accesorio de tocador destinado a reflejar la nueva visión estética de la época. A partir de ese momento las sucesivas épocas sólo hicieron más preponderante la presencia del espejo, que por una parte se volvió un objeto imprescindible en la vida cotidiana y por otra, ingresó a ámbitos como la literatura, siendo protagonista de numerosos escritos fantásticos.

Actualmente el espejo sigue maravillando y asombrando menos como objeto físico y más como metáfora y puerta de entrada a un mundo de miedos, fantasías, sueños y anhelos sin revelar.

Viajar al otro lado es descubrir que nada es lo que parece y todo es efímero, es adentrarse en un inquietante reino de ilusión, de encuentros y desencuentros que hoy abarca la moda, la identidad, la apariencia y la estética. La realidad resultante es tan efímera como ilusoria, un juego de reflejos que multiplica la fantasía al infinito. Entonces: ¿qué es real y qué no lo es? ¿Qué se esconde detrás de lo evidente? Son preguntas que dejaré abiertas al lector durante el recorrido que inicia este blog.