miércoles, 28 de octubre de 2009

El botón oculto

“…cortó los botones de las mangas, así como los que lo cerraban por delante, y después rasgó por completo los ojales…”
Louis Pergaud - La guerra de los botones


Casi ovidado por la moda y mostrando más que nunca su lado funcional, el botón es una pieza que, así como otras partes de la indumentaria, tiene un pasado glorioso y complejo a pesar de su aparente insignificancia.

Los primeros botones (o sus precursores) aparecieron por primera vez en la Prehistoria y estaban hechos de oro, huesos o barro; algunos eran planos, otros con diseños grabados. Su función no queda del todo clara, pero se especula que era meramente decorativa.



En el siglo XIII se inventó el ojal y aparecieron los primeros gremios de fabricantes de botones, con lo cual se popularizó su uso, volviéndose un negocio rentable.



A inicios del siglo XIV se empezaron a lucir vestimentas más ceñidas al cuerpo. Las mujeres acentuaban la cintura, usaban mangas que conectaban el codo con la muñeca y aperturas en los atuendos a través de las cuales se vislumbraba la piel. Esto llevó a una censura por parte de la iglesia porque los botones “dejaban abiertas las puertas del infierno”. En cuanto a los materiales, para su elaboración se usó el metal o telas exquisitamente bordadas (nació la pasamanería) y también oro y gemas. Esto generó y mantuvo las diferencias sociales porque inevitablemente los botones se volvieron símbolo de status y distinción. Muchos plebeyos no podían acceder a las costosas piezas bordadas de la aristocracia y además les era prohibido hacerlo por decreto real.


 
 
  
En el siglo XVI invadieron la ropa de la aristocracia decorando los sombreros, camisas, mangas y sacos de hombres y mujeres. Eran pequeños, hechos de esmalte, oro o plata y decorados con finísimas perlas, diamantes, rubíes y esmeraldas. Se dice que el rey Francis I de Francia tenía un atuendo adornado con 13.600 botones, mientras que el Rey Sol, Luis XIV prefería los botones de oro con piedras preciosas que repartía entre sus amantes. El rey Charles I de Inglaterra no se quedó atrás popularizando el uso de pañuelos adornados con botones enjoyados.




Frente a este lujo extremo, las clases inferiores, en su afán de imitar a la realeza, tenían que contentarse con botones de hueso, madera, cobre, bronce, cuero o vidrio.

Si bien en el siglo XVII los botones seguían siendo pequeños y numerosos, eran usados solo por los hombres, ya que las mujeres abrochaban sus atuendos con lazos y cintas.



Durante el siglo XVIII los botones se convirtieron en verdaderas obras de arte, siendo elaborados por artesanos de todos los oficios: desde pintores y ceramistas hasta orfebres y tejedores.






A inicios del siglo XIX el mundo se vio invadido por una percepción más práctica y estos accesorios se volvieron más funcionales. Prevalecieron los botones dorados como forma de expresión del apogeo del metal. 



A pesar de que pugnaron por mantenerse como pequeñas obras de arte exhibiendo motivos de fábulas y óperas, como niños, flores y pájaros, con la Revolución Industrial se inventaron nuevos materiales y la producción en masa disminuyó la calidad de las piezas. Aparecieron nuevos materiales y por consiguiente botones hechos con vidrio, caucho (fabricados por Goodyear) y materiales vegetales que dejaban atrás los días de gloria. 





Pero los botones más extendidos durante el siglo XIX fueron puestos de moda por la Reina Victoria, que tras la muerte del príncipe Alberto en 1861 entró a un prolongado periodo de duelo, usando atuendos oscuros y botones de vidrio negro.



Hacia finales del siglo XIX los hombres ya no marcaban la pauta en el uso de botones de lujo, sin embargo las mujeres cambiaron sus atuendos aburridos por otros más coloridos y con botones extravagantes de vidrio, madreperla o esmaltados.


 

A inicios del siglo XX el botón de cuatro huecos adoptado por los hombres disminuyó su función y sus posibilidades decorativas. Esto ocurrió dentro del marco de la Primera Guerra Mundial, cuando se volvió popular, tanto para hombres como para mujeres, el traje austero de inspiración militar.



La gracia y la notoriedad le fue devuelta a los botones con el auge del movimiento surrealista, cuando aparecieron guiños humorísticos resaltando claramente su función decorativa. Elsa Schiaparelli creó prendas adornadas con botones en forma de langosta, payasos y acróbatas que centraron de nuevo la atención en estas piezas.



Actualmente la producción masiva borra de alguna manera un pasado marcado por la distinción de clases y de géneros, por modas y momentos históricos que ensalzaron el botón, haciéndolo sumergirse hoy en el olvido llamado funcionalidad.



FUENTES:
-Dictionary of fashion and fashion designers - Thames & Hudson
-A History of the Button by Roy Earnshaw
-www.antiquebuttons.nl
-www.buttonsthroughtime.blogspot.com
-www.bysonbuttons.com

lunes, 12 de octubre de 2009

Estética y cuentos infantiles


Todos hemos leído alguna vez los cuentos de Andersen o Grimm y hemos soñado con ilustraciones que nos hacían viajar a mundos mágicos habitados por personajes inolvidables. Pero más allá de adornar y completar estas historias atemporales, las gráficas de los cuentos infantiles son también un reflejo de la estética, los ideales de belleza y la moda de la época en las cuales fueron elaboradas, convirtiéndose casi en ilustraciones de moda. Para ejemplificar esto se tomaron como referencia diseños realizados en un periodo que abarca desde fines del siglo XIX a inicios del siglo XX.
En el siglo XIX los cánones de belleza estaban determinados por el ideal estético victoriano referido al “ángel de la casa”. La tez blanca, los cabellos rubios y la apariencia celestial estaban asociados a la virtud, a la bondad y a la nobleza de espíritu. En contraposición, los cabellos oscuros aludían a personajes que muchas veces escondían tras una bella apariencia sentimientos negativos. Un ejemplo es Rapunzel o Blanca Nieves, personajes etéreos e inocentes en oposición a la bruja o reina mala de cabellos y corazón sombrío.



 

En cuanto a la vestimenta, los ropajes de las reinas y princesas reflejaban en algunos casos tendencias medievales o renacentistas, probablemente por la fascinación y la imagen idealizada que se tenía de esas épocas a inicios de siglo XX. En los cuentos vemos vestidos amplios, de cintura baja, mangas alargadas, capas profusamente decoradas y tocados o sombreros en punta.




En otros casos como en el cuento Barba Azul la protagonista luce un vestido de influencia Belle Époque, lleno de ornamentos, con mangas voluminosas y falda amplia.



En una de las interpretaciones de la Bella y la bestia la princesa usa un turbante y un atuendo perteneciente al movimiento Art Deco muy de moda en los años 1910; mientras que en Los seis cisnes, la heroína principal muestra una clara influencia del orientalismo cuyo auge comienza con la puesta en escena del ballet Scheherezade, en París. Gracias a la popularidad de lo exótico se observa también una reivindicación de las cabelleras negras para los personajes positivos.


 

Pero la vestimenta no solo cumplía fines estéticos, también era un símbolo de status y servía para mantener las diferencias de clases. Cenicienta no podía acudir al baile por no tener la ropa adecuada, situación que cambia al obtener el mejor atuendo del reino, pasando así de sirvienta a princesa gracias a un vestido.



De esta forma vemos una vez más que la estética es interpretada de acuerdo a momentos y lugares determinados y que se manifiesta también en ámbitos inusuales como los cuentos infantiles.

viernes, 2 de octubre de 2009

Escaparates para la imaginación

Los escaparates siempre estuvieron relacionados con el desarrollo de la actividad comercial en distintas épocas. Si bien las primeras actividades para anunciar los productos datan de la antigua Babilonia, recién con la aparición de la imprenta en el siglo XV se extendió el uso de rótulos y avisos publicitarios, mientras que la aparición de las primeras tiendas especializadas en el siglo XVIII llevó a la creación de los primeros maniquíes de mimbre y cera.

 En el siglo XIX, con la revolución industrial, aumentó la demanda y la producción de bienes y abrieron sus puertas los grandes almacenes con espacios abiertos y bien iluminados. Junto con la electricidad apareció también la figura del escaparatista, que era el encargado de mostrar los artículos a la venta sobre maniquíes provistos de cara y extremidades.



Durante la primera mitad del siglo XX las tiendas vendían lo que los clientes demandaban y el escaparate se usaba para mostrar los productos de la tienda, sin ningún criterio de exposición o agrupación.




A medida que fue pasando el tiempo y la competencia aumentó, el escaparate fue viéndose más como una técnica publicitaria y se empezó a valorar su lado estético. La forma de presentar los productos tomó protagonismo sobre todo a partir de los años 70 cuando los comercios se volvieron más especializados y con una imagen más cuidada.



En los 80 y 90 hubo una revolución de la imagen comercial junto con el desarrollo del diseño, el marketing y el merchandising que sentó las bases del escaparatismo actual.

Si bien hoy los escaparates usan técnicas más elaboradas (iluminación seductora, materiales innovadores, composiciones sorprendentes) siguen cumpliendo la función de informar y de atraer al consumidor al interior de la tienda.



Según Leila Menchari, directora de Decoración de Hèrmes, un escaparate es "una historia de seducción, porque el acto de comprar provoca, sobre todo, placer. Felicidad que uno se regala a sí mismo". El objetivo primordial es "a la vez que se enseña el producto, transmitir una serie de valores a los usuarios, ya sean emocionales o de otro nivel de comunicación". Así se crea una identificación y una conexión casi hipnótica con el espectador que se detiene seducido ante un mundo mágico, descontextualizado, que envuelve los productos con historias de humor, sensualidad y fantasía.


 
 
 



Esta atracción provoca el deseo y la ilusión de que se puede traspasar la luna del escaparate y tener el producto. Pero entonces, en la mayoría de los casos, la magia se desvanece al toparse con la barrera del cristal. En otros casos las nuevas tecnologías desaparecen los límites físicos mediante la incorporación de pantallas a través de las cuales se pueden pedir los productos o visualizar las últimas tendencias de la moda.

 

Pero hasta que esta tecnología se masifique seguiremos soñando frente a los escaparates.